viernes, 4 de noviembre de 2016

ANECDOTARIO

En el transcurso de la vida de todo ser humano; no importando la posición social, económica, académica, cultural, étnica..., hay una serie de anécdotas que hacen susceptible, incluso, el escribir un libro por cada vida. Yo, no soy la excepción. Por ello a mis 65 años de edad; cuando ya planté un árbol, tuve hijos...bueno, mi mujer; sólo me queda escribir un libro; sin pretensiones de premios nobeles o cualesquier otro, sino que únicamente dejar plasmado lo que me ha ocurrido en la vida y que sea merecedor de contar y de contarlo sin ambages ni palabras rebuscadas, sino como se los he contado a mis hijos (lo que he podido) y amigos. Es por eso que aquí se encontrarán vivencias, en forma cronológicamente desordenada; pero de todas maneras, vivencias: en la pensión que tenía mi madre en Jutiapa; mi época de estudiante, lo que pasé con tragos; lo que pase y sigo pasando ya sin ellos;  y otras cosas más. Como es obligado, por aquello de herir susceptibilidades u ofender memorias de difuntos, utilizaré, hasta donde pueda, nombres ficticios, pero que corresponden exactamente a personajes reales y a historias total y completamente verídicas. LO JURO.
"PENSION ASTORIA"
Así se llamó el lugar en donde transcurrieron los años más felices de mi vida. Ahora ya no es pensión y creo que ni nombre tiene lo que se encuentra allí. Estaba situada en mi pueblo: Jutiapa, en puro oriente; en donde las vacas no dan leche... sino lastima; en donde la leche la dan de una vez en polvo.
La pensión estaba situada en la calle principal del pueblo: la "15 de septiembre". Era una casa realmente inmensa. Tan grande que a veces me perdía en ella o me servía para jugar tuero; pero tan grande, tan grande, que una vez jugando "escondidas"  mi hermano Federico (Q.E.P.D), se nos perdió durante 15 días y, lo buscamos con brújula, con varas curadas por "doña Chón" y ni a patadas lo encontrábamos. De repente apareció con cara de fantasma o como que había visto a la llorona. Juró por nuestra Madre que jamás volvería a jugar. No cumplió su juramento. Desde entonces Federico se nos perdió...y para siempre (salvo cuando nos volvamos a encontrar)
La pensión no era propiedad de mi Madre, sino que de una tía, quien se la alquilaba. Se dividía, por decirlo así, en 2 estructuras; que dábamos en llamar los cuartos diadentro y los diafuera. Los diadentro, eran los cuartos por los que se cobraba más caro, ya que estaban mejor construidos. Tenían sanitarios de losa y regaderas. Eran aproximadamente 2O cuartos, sin incluir la cocina, cuarto de sirvientas, comedor y otros.
Los cuartos diadentro estaban situados en un cuadrado y en el centro había un hermoso jardín, que además de las flores tradicionales como rosales, claveles, y otras; tenía unas que jamás he vuelto a ver. Incluso, eran más bonitas que las otras. Entre colas de quetzal y otras plantas colgantes; algunos huéspedes tenían cenzontles, canarios, loros, chorchas, tortolitas. Cenzontles que silbaban parte del Himno Nacional; loros que maltrataban al que pasaba. En estos cuartos, habitaban las personas que tenían una mejor posición económica. En los diafuera: mercaderes que llegaban a la feria, magos, prestidigitadores, ladrones, putas. No olvido un anciano que decía tener un cristal donde se miraba todo...el pasado, el presente y el futuro. Nunca pude dar dónde escondía aquel virtuoso cristal.
Los cuartos diafuera, eran de una construcción más gacha. Tenían letrinas en lugar de sanitarios; no tenían regadera. Estaban dispuestos como en escuadra. En lugar de jardín había un campo con llano (grama, césped, o como le quiera llamar), que nos servía a los patojos para jugar fútbol, barra (beis) y otros juegos propios de nuestra edad. Allí habitaba gente humilde, de escasos recursos económicos y servían también para alquilarlos por 5O len el rato, para aquellos enamorados u hombres que se levantaban a alguna putía del pueblo.
A continuación de lo que era la pensión en sí, había un gran terreno, con todo tipo de árboles y plantas: guayabos, guapinoles, irayoles, jocotes, paternas, higuerillo, chichicaste (como abundaba el chichicaste); más de alguna vez alguno de los cuates lo confundió con papel sanitario y se lo llevó la gran puta. Este lugar nos servía para jugar de escondidas; para meter en el monte a alguna patoja. Al finalizar ese terreno había un cerco y después se iniciaba lo que se conocía como finca "los cocos" y después de ésta, teniendo de por medio el río "de la virgen": la finca "los mangos".
Nosotros íbamos a esas fincas, muchas veces con riesgo de que nos tiraran escopetazos de sal; a comer mangos, matasanos, irayoles y otras frutas propias de la región.

El río, en ese entonces era hermoso, con un excelente caudal. Las pozas preferidas eran: "la ahogadita" y "el almendro". Nos bañábamos completamente desnudos, sin ninguna malicia. Jugábamos al "rey del paredón"; pescábamos (todavía había peces, cangrejos y jutes). Se decía (y alguna vez creímos verlos), que allí se aparecían la ciguanaba, la llorona, el zipitío o duende. En suma, este fue el lugar en donde se desarrolló mi vida hasta los 15 años de edad, que nos vinimos a la capital.