ANECDOTARIO
En el transcurso de
la vida de todo ser humano; no importando la posición social, económica,
académica, cultural, étnica..., hay una serie de anécdotas que hacen
susceptible, incluso, el escribir un libro por cada vida. Yo, no soy la
excepción. Por ello a mis 65 años de edad; cuando ya planté un árbol, tuve
hijos...bueno, mi mujer; sólo me queda escribir un libro; sin pretensiones de
premios nobeles o cualesquier otro, sino que únicamente dejar plasmado lo que
me ha ocurrido en la vida y que sea merecedor de contar y de contarlo sin
ambages ni palabras rebuscadas, sino como se los he contado a mis hijos (lo que
he podido) y amigos. Es por eso que aquí se encontrarán vivencias, en forma
cronológicamente desordenada; pero de todas maneras, vivencias: en la pensión
que tenía mi madre en Jutiapa; mi época de estudiante, lo que pasé con tragos;
lo que pase y sigo pasando ya sin ellos;
y otras cosas más. Como es obligado, por aquello de herir
susceptibilidades u ofender memorias de difuntos, utilizaré, hasta donde pueda,
nombres ficticios, pero que corresponden exactamente a personajes reales y a
historias total y completamente verídicas. LO JURO.
"PENSION ASTORIA"
Así se llamó el lugar en donde transcurrieron los años más
felices de mi vida. Ahora ya no es pensión y creo que ni nombre tiene lo que se
encuentra allí. Estaba situada en mi pueblo: Jutiapa, en puro oriente; en donde
las vacas no dan leche... sino lastima; en donde la leche la dan de una vez en
polvo.
La pensión estaba situada en la calle principal del pueblo:
la "15 de septiembre". Era una casa realmente inmensa. Tan grande que
a veces me perdía en ella o me servía para jugar tuero; pero tan grande, tan
grande, que una vez jugando "escondidas" mi hermano Federico (Q.E.P.D), se nos perdió
durante 15 días y, lo buscamos con brújula, con varas curadas por "doña
Chón" y ni a patadas lo encontrábamos. De repente apareció con cara de
fantasma o como que había visto a la llorona. Juró por nuestra Madre que jamás
volvería a jugar. No cumplió su juramento. Desde entonces Federico se nos
perdió...y para siempre (salvo cuando nos volvamos a encontrar)
La pensión no era propiedad de mi Madre, sino que de una tía,
quien se la alquilaba. Se dividía, por decirlo así, en 2 estructuras; que
dábamos en llamar los cuartos diadentro y los diafuera. Los diadentro, eran los
cuartos por los que se cobraba más caro, ya que estaban mejor construidos.
Tenían sanitarios de losa y regaderas. Eran aproximadamente 2O cuartos, sin
incluir la cocina, cuarto de sirvientas, comedor y otros.
Los cuartos diadentro estaban situados en un cuadrado y en el
centro había un hermoso jardín, que además de las flores tradicionales como
rosales, claveles, y otras; tenía unas que jamás he vuelto a ver. Incluso, eran
más bonitas que las otras. Entre colas de quetzal y otras plantas colgantes;
algunos huéspedes tenían cenzontles, canarios, loros, chorchas, tortolitas.
Cenzontles que silbaban parte del Himno Nacional; loros que maltrataban al que
pasaba. En estos cuartos, habitaban las personas que tenían una mejor posición
económica. En los diafuera: mercaderes que llegaban a la feria, magos,
prestidigitadores, ladrones, putas. No olvido un anciano que decía tener un
cristal donde se miraba todo...el pasado, el presente y el futuro. Nunca pude
dar dónde escondía aquel virtuoso cristal.
Los cuartos diafuera, eran de una construcción más gacha.
Tenían letrinas en lugar de sanitarios; no tenían regadera. Estaban dispuestos
como en escuadra. En lugar de jardín había un campo con llano (grama, césped, o
como le quiera llamar), que nos servía a los patojos para jugar fútbol, barra
(beis) y otros juegos propios de nuestra edad. Allí habitaba gente humilde, de
escasos recursos económicos y servían también para alquilarlos por 5O len el
rato, para aquellos enamorados u hombres que se levantaban a alguna putía del
pueblo.
A continuación de lo que era la pensión en sí, había un gran
terreno, con todo tipo de árboles y plantas: guayabos, guapinoles, irayoles,
jocotes, paternas, higuerillo, chichicaste (como abundaba el chichicaste); más
de alguna vez alguno de los cuates lo confundió con papel sanitario y se lo
llevó la gran puta. Este lugar nos servía para jugar de escondidas; para meter
en el monte a alguna patoja. Al finalizar ese terreno había un cerco y después
se iniciaba lo que se conocía como finca "los cocos" y después de
ésta, teniendo de por medio el río "de la virgen": la finca "los
mangos".
Nosotros íbamos a esas fincas, muchas veces con riesgo de que
nos tiraran escopetazos de sal; a comer mangos, matasanos, irayoles y otras
frutas propias de la región.
El río, en ese entonces era hermoso, con un excelente caudal.
Las pozas preferidas eran: "la ahogadita" y "el almendro".
Nos bañábamos completamente desnudos, sin ninguna malicia. Jugábamos al
"rey del paredón"; pescábamos (todavía había peces, cangrejos y
jutes). Se decía (y alguna vez creímos verlos), que allí se aparecían la
ciguanaba, la llorona, el zipitío o duende. En suma, este fue el lugar en donde
se desarrolló mi vida hasta los 15 años de edad, que nos vinimos a la capital.